Desiderátum Apureño.
Por:
Oscar
Adolfo Alvarado.
Según los entendidos
en materia religiosa hay un conjunto de pecados capitales en el catolicismo,
entre tales aparece la ira, que según referencias conceptuales disponibles en
la Web se le describe: “como un
sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enfado.” Agregando además
que: dicho pecado o sentimiento “puede
manifestarse como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y
hacia uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de
venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por
sus propias manos)”; por otra parte la Ira conduce al “fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando
hacer mal a otros.” Concluye la reseña expresando que la “definición
moderna también incluiría odio e intolerancia hacia otros por razones como raza
o religión, (…). Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más
serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos extremos,
genocidio.”
Entonces tenemos que la ira es para un
religioso un pecado capital, algo muy serio dirían nuestros abuelos; otros casi
lo califican como pecado imperdonable, aunque por otro lado algunos aseguran que
con una manifestación de arrepentimiento se puede perdonar hasta el genocidio
de Hitler y con tal acción ya el mundano pasa a transformarse en un siervo con
boleto ganado hacia la vida eterna en el huerto del Edén, que según dicen es
muy acogedor. Sin embargo, como en las agrupaciones religiosas existe la
jerarquía tenemos por entendido que los dirigentes de mayor grado, experiencia
y conocimiento están llamados a ser ejemplo para los cófrades principiantes,
novicios o más bisoños dentro la respectiva hermandad.
En el caso de la hermandad católica de
Venezuela hace ya bastante tiempo que parte de su jerarquía parecieran estar
poseídos por la ira y en consecuencia su comportamiento se ha traducido en el
concepto que Dante decía sobre tal
conducta: «amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento». Eso
precisamente es lo que denotamos en las declaraciones del director del
Departamento de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal de
Venezuela, el clérigo Pedro Pablo Aguilar, quien en un tono casi que anhelante
señaló la posibilidad de una guerra civil en Venezuela si la mesa de diálogo no
avanza.
En particular no veríamos ningún problema
en que cualquier venezolano, sea creyente o escéptico, advierta sobre la
posibilidad de una confrontación fratricida en nuestra sociedad, eso lo hemos
dicho en muchas oportunidades y no constituye pecado para los religiosos, ni
delito para los incrédulos, pero resulta que si bien la palabra expresada
compromete a quien la pronuncia, la situación se torna más compleja con se
“aliña” con tonos y contextos valorativos que se materializan en opiniones
acusatorias, inquisidoras y tendenciosas, tal y como lo señaló el abate de
marras. Se denotaba en él que estaba muy molesto, iracundo y casi que con la
palabra aquella que termina en “…chera”, con la cual Capriles Radonsky llamó a
la gente a la calle hace cierto tiempo, generando consecuencias mortales.
Esta situación obviamente crea
preocupación en quienes andamos en la senda de promover la Paz y la concordia
entre los venezolanos, pues estamos conscientes que aquí hay espacios para
todos y que ninguno de nosotros puede presuponer que los demás terrícolas deben
pensar y actuar exactamente igual a nuestras ideas y conductas; eso es
absolutamente ridículo y solo aceptable para los obtusos y pánfilos. Así como
tampoco creemos que los católicos ante la actual situación del país pretendan
interpretar literalmente el Deuteronomio 20.16–17: “en las ciudades de los pueblos que el Señor tu Dios te da como
herencia, no dejarás nada con vida. 17 Exterminarás del todo a hititas,
amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos, tal como el Señor tu Dios te
lo ha mandado.” y como consecuencia llevarían tal mandato bíblico a la
realidad del inmediato futuro contra los “chaveseos, revolucionaseos,
comunisteos” o más genéricamente “compatrioteos”.
Es por tanto entonces que, con el respeto
y aprecio que tenemos hacia quienes tienen sus creencias católicas, sean
practicantes o no, recomendamos que se hagan una lectura de la encíclica papal
“Pacem
in terris (Paz en la Tierra) que es la última de las Ocho redactadas
por Juan
XXIII, publicada el 11 de abril de1963,” la cual “era una especie de llamamiento del sumo pontífice a todos los seres
humanos y todas las naciones para luchar juntos en la consecución de la paz en
medio del clima hostil generado por la Guerra Fría.” Su contenido de unas
30 páginas resulta muy interesante para el debate de las ideas en la realidad
actual nuestro venezolana, quizá la comentaré completa en otro trabajo, pero
insisto en la recomendación de su lectura por parte de los católicos,
salvaguardando –claro está- los contextos de tiempo y espacio, pues aunque no
soy seguidor de religión alguna, asumo hoy las palabras que Nikita Kruschev,
primer ministro de la Unión Soviética de aquel momento histórico, quien declaró
en una entrevista sobre la publicación de esa Encíclica: “Nosotros los comunistas no aceptamos ninguna concepción religiosa. Pero
al mismo tiempo somos de los que creen que es necesario que se unan todas las
fuerzas para salvaguardar la paz.”
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