DESIDERATUM.
Oscar Adolfo Alvarado.
Recientemente leímos una nota de prensa en el
diario Ultimas Noticias, la misma
hacía referencia sobre un asalto a un corral en un pueblito del Estado Miranda
y la posterior actuación de la Policía sobre la cual se dijo que: “un pillo fue atrapado infraganti con una
Gallina (ajena) debajo del brazo”…
Realmente la nota nos llamó la atención porque nunca habíamos visto una
información similar en un periódico de circulación nacional. Quizá la cuestión
es tan insignificante que los amigos periodistas no le prestan mucha atención a
hechos como ese de robarse una plumífera en un vecindario o caserío; a lo mejor
en periódicos comunales tales sucesos sean incluidos con más regularidad, pero
en un tabloide cuya edición impresa circula diariamente en todo el territorio
nacional y por vía Web en el mundo entero, no es común la cuestión, además la
redacción de la crónica dejaba notar que su autor o autora tiene muy buen
sentido del humor.
Pues bien, nosotros podemos asegurar sin ninguna duda que la “costumbre”
de robar gallinas no es nada nuevo ni desconocido en los pueblos de Venezuela,
sobre todo en las zonas rurales durante los fines de semana, cuando los
muchachos (y unos cuantos vejucones) se dedican al “deporte de levantar el codo”, es decir, echarse los tragos. Una vez
que los grados alcohólicos penetran el torrente sanguíneo, surten su efecto y desarrollan
la propiedad de hacer aparecer “el otro
Yo”; nunca falta un “instigador” (quien suele ser el más limpio o pichirre
de la partida, o el que se ha gastado todos los churupos del sueldo en licor)
el cual se inventa la aventura de preparar un sancocho, ya bien entrada la
noche y sin contar con los componentes del mismo, en particular con el principal
de ellos, el animal emplumado conocido de varios modos: Gallina, Pataruca,
Picatierra, Gumarra o Plumífera. Luego deriva allí la transformación del
borracho en pillo, quien procede a realizar un reconocimiento del territorio
vecinal y una vez seleccionado el objetivo… procede a saltar sobre un “tapiao”
o corral ajeno y de retorno se trae secuestrada a la consorte del señor reloj
rural, el Gallo, tal rapto se hace cuidando del pico de la susodicha para que
ésta, mediante un alborotado cacareo, no anuncie su desgracia inmediata de
terminar en extinta dentro de una olla en compañía de verduras y aliños.
Los que, ya hace bastante tiempo, hemos conocido esos eventos “en pleno desarrollo” (al decir del
periodista Walter Martínez), la nota de prensa nos trae la remembranza de los
barrios de San Fernando de Apure y Biruaca, donde cada vecino tenía en su patio
un particular conuco y también un corral de aves, habitado por Patarucas, Pavos
y Patos domésticos, además de una que otra ave silvestre atrapada pichona y
terminada de criar en casa como adorno vivo o mascota de la casa. Muchos fueron
los relatos en días Lunes (y la chanza para toda la semana) sobre fulanito o
perencejo que le habían asaltado el patio a una Doña y en vez de una Gallina, le
habían “mudado para la paila” … la
Guacharaca, la Chenchena, el Paují o el Pato Guiriri, mascota del nieto o
nieta. Incluso una vez mis amigos de juventud deseosos de hartarse en la noche,
se “tumbaron” un enorme Pato Ganso
(Oca) que estuvo hirviendo en una paila desde las Doce de la noche y a las
Cinco de la mañana del siguiente amanecer su carne tan dura parecía de plástico,
de lo viejo que era el bicho; nunca se ablandó y los panas apelaron a filosas
navajas para rebanar tiras y saciar el hambre trasnochada que teníamos todos.
Ahora, si bien robar desde un alfiler hasta un avión es un delito que no
tiene atenuantes sino agravantes, no menos cierto es que en el llano robarse
una Gallina produce más consecuencias para hacer chanza, que para formalizar
denuncias ante las autoridades judiciales; pues las patarucas tienen destinado
en su vejez terminar en sancochos y cuando la cuestión descubierta del robo de
una de ellas agarra un poco de calentura por parte de un dueño, generalmente el
“peo” termina con un tratado amistoso, mediante el cual la plumífera es pagada
según su peso aproximado, la variedad a la cual pertenece y la capacidad
reproductora de pollos que la extinta tenía. Si el amigo oyente no estima
creíble nuestro relato, sencillamente acérquese a una reunión de tragos en
alguna de nuestras regiones del llano y comente algo al respecto, le vaticino
que se sorprenderá de la epidemia de robagallinas existente en el lugar. De
hecho uno de los comentarios más populares a la hora de un sancocho es que más
sabrosas son las Gallinas robadas.
Lamentablemente hoy día, con el crecimiento urbano y la natural
“evolución de las especies”, entre ellas el Mono Hombre, la costumbre de robar
patarucas sufrió una transculturización y ahora sin saltar “tapiaos”, corrales
o patios ajenos, unos cuantos ladrones exageradamente hambrientos no calman el
apetito y se dedican a chorear en la administración pública llevándose hasta
los clips y grapas de las oficinas, sin que nadie pueda hacer nada para
evitarlo. Con “Zorros cabeza Negra” de
ese tipo, en los patios de las comunidades hasta las plumas desaparecerían
definitivamente. (21/07/2011)
desideratum_apure@yahoo.com
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