Oscar Adolfo Alvarado.
Confieso que seleccionar y referirme a este
tema en apenas Dos cuartillas me ha resultado bastante difícil, pues parodiando
a Lawrence Meter y Raymond Hull, en el “Principio
de Peter”: “No debería tratar tan
ligeramente un asunto tan serio”; sin embargo, estimé necesario decir una
pequeña parte y según se genere el intercambio de ideas, que aspiro se alborote
bastante, seguramente en el devenir existencial iremos aportando otras tantas
más al debate para que coja fuego y se incendien los diversos criterios del
pensamiento universal.
Pues bien, voy al grano: resulta que hoy
día un muy reducido grupo de personas, algunos de los cuales se hacen llamar excéntricos
o hippies, han aprovechado estos últimos años de la Revolución Bolivariana, y la
posibilidad de la participación (pero en un concepto equivocado) para intentar
imponer a los demás mortales de la tierra venezolana su muy peculiar estilo de
vida. A los susodichos personajes se les puede encontrar en cualquier lugar,
desde una aldea indígena en los confines de los llanos o montañas hasta en los
propios predios del Country Club caraqueño, donde por cierto dicen que habitan
los flamantes platudos capitalinos. Encontrarlos no es difícil e identificarlos
es más fácil, su muy sui géneris
forma de vestir deshilachados y la negación a visitar los barberos los hace parecidos
a los espantapájaros; mientras que su desarrollada alergia al higiene,
especialmente al agua y el jabón de baños, hace que se les pueda detectar mediante
el sistema olfativo a Dos Kilómetros de distancia, ya que la acumulación del
sarro y microorganismos en la mugrienta y raída vestimenta más la piel sin
lavar durante varias semanas, además de piojos, liendres y otros minúsculos “vecinos”
de éstos en el cabello y los pelos de la barba, produce un añejo efecto de
olores parecidos al que dejan una docena de Rabipelados encerrados en una jaula,
junto con Cinco Mapurites (Mofetas) alimentándose con un saco de flores de
Ponsigué.
Los propulsores de la infra-cultura de lo
estrafalario, militantes de derecha, centro o izquierda, casi en su totalidad se
identifican con los hippies, aquel movimiento
contracultural juvenil surgido en los Estados Unidos en la década de 1960 y
quienes se hicieron muy famosos por sus
ideales, que eran –aparte del pacifismo– el amor libre, la vida en comunas, el
ecologismo y el amor por la música y las artes, pero… desafortunadamente todo derivó
luego negativamente en vaga-mundos que, por no tener domicilio fijo, se
adaptaron al desaseo y lo harapiento, y tiempo después las propias circunstancias
de rebelarse contra todo, los llevaron a gran parte de ellos hacia el consumo
de marihuana, anfetaminas y LSD (dietilamida
de ácido lisérgico). De allí entonces surgió la conducta libertina y
estrafalaria que ahora se caracteriza por el anarquismo y lo asocial; así que los
estrafalarios siempre están predispuestos contra todo el que tenga higiene, se
vista modesta, regular o muy bien, odian al lampiño y detestan al que no se
deja una barba enmarañada y piojosa. El colmo de su rechazo lo descargan sobre
quienes estén perfumados próximos a ellos, ya que eso para su gusto sería como para
nosotros intentar convencernos de acercar un fósforo ardiendo frente a la llave
abierta de una Bombona de Gas, algo muy idiota.
Los estrafalarios tienen
otra peculiaridad y denominador común: se meten en cualquier lugar donde se
esté desarrollando un evento colectivo y en el que ellos puedan “ratonear”,
entiéndase aprovechar gratuitamente comidas o bebidas. En ese sentido su
estrategia consiste en tener memorizadas de por vida algunas citas y obras de escritores,
músicos, pintores, escultores y políticos reconocidos, así como inventarse
algunas poesías que, al no tener rima alguna, son presentadas como sesudas
obras del verso libre. En este último caso, las presuntas poesías, siempre
estarán cargadas de sustantivos escatológicos y adjetivos descalificativos contra
la sociedad… todo distinto a sus ideas es excrementoso, fecal, estercóreo. Lo
otro es su desprecio por lo académico, pues como jamás pudieron aprobar ni
siquiera el pre-escolar, entonces los profesionales son para ellos unos bichos
raros y la ciencia una cosa palurda. De la tecnología ni hablar pues eso es “nombrar
la soga en la casa del ahorcado”.
En conclusión: la infra-cultura
de lo estrafalario está presente en nuestra cotidianidad como expresión de lo
negativo y lo indeseable. Ninguna persona sensata quiere como modelo para sus
hijos a sujetos desaseados, harapientos, de lenguaje procaz y ramplón; y ningún
individuo de estos puede aportar cualidades para la sociedad, sería por eso y
quizá molesto con algunos “pre-estrafalarios” en el siglo antepasado, el escritor,
periodista, maestro y político mexicano Ignacio Manuel Altamirano (*1834/+1893)
sentenció: “Asearse con esmero, no es cuestión de opinión política sino
de higiene y educación”. (Santa
Rosa, Biruaca, la noche del 26/11/2014) desiderátum_apure@yahoo.com
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