Oscar Adolfo Alvarado.
El primer día de este mes Octubre, luego del asesinato de 13
estudiantes en el colegio comunitario de Umpqua en Roseburg, Oregón –
Estados Unidos, el presidente de ese país, Barak Obama, lamentaba que
las muertes por causa de la violencia armada se habían convertido en una
rutina. Tan ciertas fueron sus palabras que al otro día sucedió otro
hecho similar de ataque armado a inocentes estudiantes, donde por
fortuna no hubo víctimas mortales.
Pues
bien, el problema del uso de las armas por motivos fútiles contra los
demás seres humanos es un asunto que en los gringos se remonta al
mismísimo momento de la llegada de los colonos ingleses a ese espacio
territorial del Norte de la América, similar a lo que nos sucedió de
este lado Sur del continente con la llegada de Colón, pues cuando se
inicia la pugna por consecuencia de las ambiciones humanas, sin duda
aflora la violencia y cuando la violencia se establece como práctica
cotidiana para justificar esas ambiciones, la muerte se convierte en
rutina progresiva mundial.
Es así
entonces como la desmedida ambición por apoderarse de los recursos o
materias primas de las demás naciones, por parte de los norteamericanos
principalmente, y de sus originarios aliados europeos también, se ha
globalizado la rutina mortal y nuestro planeta pervive en medio de
conflictos armados, algunos justificados en estúpidos argumentos
religiosos como los del medio oriente y otros por razones baladíes
inventadas para recolonizar territorios y someterlos, tales como los de
Palestina, Libia, Ucrania o Afganistán, por solo nombrar unos pocos.
Los países imperialistas por causa del desarrollo de un
sofisticadísimo arsenal de guerra y la consecuente proliferación de
armas de fuego de uso personal en todo el mundo, nos han convertido en
un planeta violento y criminal. Nuestra existencia discurre entre una
permanente incertidumbre y el desespero o sospecha de que en el lugar
menos esperado estará un sujeto con la mente perturbada, cuya mano
empuña un arma con la cual segarle la vida a un transeúnte para quitarle
un teléfono móvil, cualquier objeto material o el salario obtenido con
tanto esfuerzo, al ciudadano trabajador.
Algunos “especialistas populares” de la psicología social o de las
masas arguyen que en las desigualdades sociales están las causas
principales de la violencia y el crimen; sin embargo, quizá tales
teorías, como toda “fundamentación hipotética”, ameritan de revisiones y
actualizaciones más contemporáneas para sostener sus argumentos
frívolos. No creemos que un fulano o fulana habitante de barrio o
caserío pueda justificar el delito o asesinato de un semejante, porque
tenga una necesidad cualquiera o porque su situación existencial sea
mediana o extremadamente precaria. Quizá es la exagerada alcahuetería y
desmedida tolerancia, junto con la corrupción abismal de los órganos de
justicia, lo que ha establecido la impunidad colosal y la patente de
corso para todo el que quiera delinquir y ultimar seres humanos en el
mundo entero.
Obviamente que, además de la
intención globalizada de los países desarrollados por recolonizar
pueblos, existen muchos otros elementos influyentes y generadores de
conductas malsanas en nuestra sociedad. La apología al delito, el crimen
y las desviaciones humanas, en series audiovisuales, medios masivos de
comunicación, películas y video-juegos, así como el descuido y
desatención por parte de los padres y madres, entre otros factores, son
agentes encubiertos que ingresan en los hogares y van permeando la
conducta de niños y jóvenes, sustituyendo valores por antivalores y
exaltando lo reprensible, delictivo o ruin; configurándose entonces en
las mentes, de la sociedad que emerge, un modus vivendi conflictivo y
corrompido que se adopta como normal o hecho común aceptado
tranquilamente.
Así pues que los
ciudadanos sensatos de cualquier país del mundo rechazamos las guerras
de exterminio y toda conducta violenta y criminal, tanto como sentimos
propio el dolor de padres y madres que pierden sus hijos en reiterados
hechos de tiroteos en instituciones educativas de los Estados Unidos y
otros países, al igual que en sucesos delictivos similares en caseríos,
pueblos, ciudades o metrópolis del planeta que habitamos; y muy
particularmente en nuestro país. En consecuencia no descansamos en la
pertinaz reflexión, llamado permanente y lucha incesante por una
sociedad mundial más respetuosa y practicante de las normas de
convivencia ciudadana, los valores humanos y las bienhechoras enseñanzas
legadas por nuestros antepasados en favor de la fraternidad, la
concordia, la justicia y la paz en todo el mundo. (Santa Rosa, Biruaca,
15/10/2015).
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